jueves, 2 de octubre de 2008

El todo bisexual


No es al azar. Hay un todo bisexual. Y es omnipresente. Di con ello, con la idea del todo bi, una madrugada de 2004 en la calle Balmes, haciendo cola para entrar en una de las discotecas más frecuentadas del centro de Barcelona: Arena. Aquella ristra de gente podría haber ganado el premio a la más variopinta de la historia de las ristras de personas esperando a entrar a un local. No había lugar más multiforme: altos, bajos, pelos de mil colores y cortes, ropas de marca y mercadillo... carreras de infinitas proyecciones, ciencias y letras unidas en un solo aullido: déjame ser, en paz. Delante nuestro, una pareja de más o menos cincuenta años se besaba de forma avejentada. Sus besos dejaban babas perfectamente apreciables en la piel del contrario, hilillos que demostraban de qué modo cruel es capaz de castrarnos el tiempo en nuestros cuerpos y pasiones. La mujer, de ojos azul grisáceo, fijó su mirada en mí. No pude escapar a aquello, pero con diecisiete años la idea de que un miembro que forma parte de la unidad del matrimonio y qué pasa los cuarenta se fije en ti de forma libidinosa es algo que ni se te pasa por la cabeza. Si una mujer está con un hombre, a esas edades, es porque a esa mujer le gustan los hombres. No cabe más idea que esa es una mente joven. No cabía en la mía, tampoco, por descontado. Pero la mirada empezó a acribillarme, como si disparase balitas de pistolita durísimas, y cada una se me clavaba en la piel con un mensaje indescifrable que me remitía a mis ancestras. Se fija en ti. Imposible. Por qué te mira. Y yo qué sé. No seas tan tiquismiquis. A lo mejor se distrae. Quizás te equivocas. Quién sabe. Deja de rallarte. No vale la pena. Tu mente va demasiado rápido, estás en época de crecimiento. Basta. La mujer, parca en palabras pero de actitudes rápidas, me tendió la mano. Me acarició la muñeca. Yo no sabía contestar a ese gesto. No tenía medios para hacerlo, no herramientas. Me quedé paralizada, esperando cuál sería el siguiente paso de la historia (en aquella época leía muchos clásicos en los que si no entendías un acontecimiento debías esperar, pacientemente, a que aconteciera el siguiente, que normalmente te daba las claves de toda la trama). El siguiente paso fue acariciarme el antebrazo con dulzura. Estaba claro que eran un matrimonio y que los dos se habían fijado en mí, especialmente ella. En aquel momento, y mientras ya estaba siendo acariciada hasta el cuello ante la atenta mirada de ella y de él, me di cuenta en plan revelación de que todo, como aquella fila, como aquella pareja, como yo, era bisexual. Sin discusión. Y esa es la tesis que lleva mi existencia hasta el día de hoy.